En la década de los años 50, Hans Selye descubrió que todos los enfermos que estudiaba independientemente de la enfermedad que padecían, presentaban síntomas comunes: fatiga, pérdida de apetito y peso y astenia.
Unos años después lo nombró estrés.
El estrés es un mecanismo automático de defensa del organismo con la única finalidad de afrontar un problema para el que no tenemos herramientas. Este reflejo comienza en el cerebro, que nos inunda con hormonas (como el cortisol y la adrenalina) incitándonos a enfrentarnos al peligro.
El estrés es en cierta manera bueno, porque hace que ante la presencia de un peligro externo, presentemos un arsenal de mecanismos de respuesta y lidiar mejor con la amenaza. Dicho reflejo se conoce como la respuesta de lucha o huida, imprescindible para nuestra supervivencia.
La respuesta se remonta hace miles de años, en concreto a los días de las cavernas. Es una respuesta primitiva que se encuentra instalada en nuestros cerebros. Originalmente fue configurada para asegurarnos de estar en alerta y atentos durante tiempos de amenaza. Para mantenernos protegidos, por el ataque de animales salvajes, para cubrir nuestras necesidades básicas, de alimento y cobijo.
El problema es que nuestro organismo aún no se ha adaptado totalmente al cambio de la incertidumbre a la seguridad. Ante cualquier situación que sobrepasa nuestras capacidades (por mínima que sea), reaccionamos como si estuviéramos ante un peligro de muerte.
¿Por qué reaccionamos exageradamente y a su vez creamos más estrés para nosotros mismos?
Esta respuesta no sólo se activa con situaciones de peligro real, sino en cualquier momento que consideramos o percibimos la existencia de una amenaza. Tales como el cumplimiento de los plazos de pagos, el tráfico, la toma de decisiones, las relaciones, los estudios, el dinero, la familia, etc. Esto puede provocar un cambio negativo en nuestro organismo: aumento de tensión muscular y presión sanguínea, irritabilidad, angustia, llegando a disminuir la eficacia de nuestro sistema inmune.
Desgraciadamente, la vida moderna desencadena este tipo de respuesta cuando no es necesario luchar ni huir, porque en realidad no corremos peligro. Hay cosas estresantes que suceden todo el tiempo en la vida. La activación frecuente de esta respuesta, a largo plazo puede ser muy perjudicial, ya que nuestro estrés se vuelve crónico.
En la actualidad el qué hacer, saber, buscar, las prisas hace que nos pasamos los años sin vivir, convirtiendo felicidad en comodidad, siempre arrastrados por esa bola de acero llamada preocupación. El problema no está en la activación del reflejo, sino del tiempo que mantenemos esas caras indomables del estrés.
Nicolas Malebranche, filósofo y teólogo francés, dijo una vez: ¿Cómo reconocer lo esencial? En la atención, que es una gran cualidad del alma.
Ser conscientes de nuestra respuesta y observar lo que está ocurriendo en lugar de reaccionar a ello, es un buen acto para curarse.
Observa y práctica: Mindfulness, meditación, yoga, taichí, ejercicios de relajación y respiración y de atención plena.
Para trabajar el estrés, una buena práctica es el uso de aplicaciones que te facilitan las herramientas.
Te recomiendo la app de Petite Bambú y REM volver a casa.
Artículo de interés:
¿Alguna vez has pensado cuánto vale un vaso de agua? Descúbrelo aquí: http://www.codigomente.com/2016/07/cuanto-pesa-tu-vaso-de-agua/